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La sala de exposiciones APERTURA inauguró el viernes 16 de enero la exposición «Bodegones» del artista sevillano Ignacio Tovar. Además a las 19 horas, justo antes de la inauguración, disfrutamos de una interesante charla/coloquio con el autor.

Seguidamente a la charla, sobre las 20 horas, dió comienzo la inauguración. Las fotos realizadas durante la misma las podéis encontrar al final de este post.

Visita este exposición los viernes de 10 a 14:30h. hasta el 15 de marzo.

Conoce a Ignacio Tovar y esta exposición a través del texto de Sema D’Acosta.

Exposición ‘Los bodegones (fotográficos) de Ignacio Tovar’

Para un pintor habituado a mirar despacio como Ignacio Tovar (Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1947), el modo de construir un bodegón fotográfico y un cuadro abstracto resultan significativamente similares.
En ambos casos el artista decide dónde colocar cada elemento buscando siempre compensar la composición, que se constituye a partir de una combinación sopesada de líneas, formas, texturas y colores.
Simplificando, todo se reduce a una cuestión de tiempo y equilibrio, de tensión y estabilidad. En este tipo de toma prevalece la pausa que permite la observación y no el instante certero que promueven los cazadores callejeros, un tiempo asociado al pensamiento contemplativo donde Tovar se encuentra cómodo porque siente que en todo momento mantiene el control sobre lo que hace. En la calma del estudio tampoco aparecen imprevistos, una quietud que le permite añadir cambios progresivos en función de una cierta espontaneidad buscada. La pausa reflexiva da pie a probaturas y pequeños ajustes, variaciones minúsculas añadidas poco a poco y capaces de reflejar los cambios de luz, el paso de los días e incluso el transcurso de las estaciones.

Este salto hacia la fotografía que pudiera parecer mayúsculo, no es más que un corto peldaño subido en la trayectoria de alguien atento a las cosas que ocurren. De hecho, estas obras emergen ahora después de un largo tiempo de maduración. Su utilización no es una herramienta nueva en el trabajo de Ignacio, que ya en 1983 tomaba imágenes de casas abandonadas en mitad del campo que servían luego de inspiración para algunas de sus pinturas de entonces. El cambio fundamental se produce cuando hace unos años recibe como regalo una cámara digital, utilizándola como salva y memoria de los constantes viajes que realiza o las vivencias que comparte. Una vez acostumbrado a ella, durante los meses de verano que pasa en La Antilla (Huelva) aprovecha para realizar instantáneas de la evolución diaria de sus pinturas, fotos a los que añade por curiosidad y para evitar que pudiesen ser entendidas como un simple ejercicio de registro, objetos sin importancia que encuentra a mano. Estos enseres que coloca delante de la tela – botes, pinceles, un jarrón, una pelota…- se convierten pronto en testigos cercanos de la transformación de sus cuadros. Aportan escala y cotidianeidad, además de ayudar a entender cómo se concibe su trabajo desde la intimidad. Al poco, comienza también a probar con las frutas que compra a diario, colocándolas enfrente de sus características rayas parabólicas, un telón de fondo absolutamente identificable. El resultado es distinto a lo anterior y levanta algunos resortes. Aparece en ellos una incipiente intención compositiva justificada por la mezcla de colores y líneas. Aun careciendo de madurez suficiente, se vislumbra una senda que le permite abrir una vía de investigación paralela a su quehacer habitual. Primero se los enseña al crítico de arte Mariano Navarro, que le anima a seguir explorando un territorio que considera de interés. Posteriormente a Paco del Río, que directamente selecciona una serie de estos bodegones para la exposición ‘El Pensamiento en la boca’ (2009) que organiza la Fundación Cajasol en la Sala Chicarreros de Sevilla.

Paso a paso y sin pretenderlo, esta continuada experimentación con el primer término acaba trasladándose al cuadro, que durante un periodo determinado en 2010 incorpora de manera brusca sobre la superficie componentes figurativos. El cambio es raro e incluso radical, pero Tovar no le da mayor importancia sabedor de que la obra lleva su propio pulso.
Llega un momento en el que en la cabeza del artista se cruzan lo fotográfico y lo pictórico, una confusión que se deshace de forma natural al conocer durante una visita a ParisPhoto la obra de Laura Letinsky. El desenlace no es directo ni achacable en su totalidad a la joven autora canadiense, pero sí ayuda a entender el porqué se desligan lo uno y lo otro para establecer, definitivamente, caminos ajenos pero complementarios. Ignacio se da cuenta que sus planteamientos fotográficos son en esencia lo mismo que defiende con sus pinturas, sutiles relaciones formales que funcionan sólo si los elementos están nivelados. El medio da igual, lo que soporta la estructura es la sintaxis, puntuales golpes cromáticos colocados exactamente en su sitio y capaces de sostener el armazón de la obra para despertar atracción o crear misterio. Exactamente igual que le ocurre cuando observa las delicadas insignificancias de Richard Tuttle o los primeros dibujos a boli Bic de Miki Leal.

Desde entonces, en su estudio se han creado dos zonas de trabajo que funcionan a ritmos dispares. En los prolongados tiempos de espera del taller mientras se secan las capas de pigmento, acude a la improvisada mesa de bodegones que ha colocada al lado de una ventana. Sobre ella distribuye con paciencia productos diversos, en su mayoría frutas de temporada, que va cambiando según la época, y alguna que otra verdura o flor. En otoño: dátiles, granadas, uvas y mandarinas. En invierno:
alcachofas. En primavera damascos, cerezas y peras de San Juan. En
verano: higos, melones, sandias y melocotones. Pese a tomar mucho protagonismo en las diferentes composiciones, la luz natural que incide de manera lateral sobre los objetos ni está preparada ni se controla.
Cambia continuamente dependiendo de la hora del día o el periodo del año. Sin pretenderlo, sus imágenes consideran la cadencia de la Naturaleza y nos sitúan en un lugar de concordia donde el hombre respeta los ritmos de su entorno. Tovar ni impone ni inventa. Observa, espera.
Compra lo que necesita en una frutería del pueblo o en cualquier otra tienda próxima, sin imposturas ni urgencias.

En estas piezas vicarias su principal interés reside en la manera de combinar los elementos. Coloca y quita según le parece. Prueba sin riesgo hasta que la foto posee la tensión adecuada. Las decisiones pueden corregirse, no hay prisa y los integrantes asociados al dictamen permanecen invariables hasta que vuelve a mudarlos otra vez. El tiempo va a favor del artista, que modifica sólo después de un dilatado análisis. Los paréntesis le sirven de desconexión, le ayudan a tomar distancia de los cuadros y a revisarlos con más neutralidad.

Aunque es fácil relacionar este conjunto con la sobriedad conventual de las naturalezas muertas de Sánchez Cotán, el gusto por lo exiguo de Morandi, la austeridad espacial de Teresa Duclós e incluso atisbar de lejos las calidades táctiles de las superficies modeladas de Robert Mapplethorpe, la influencia fundamental de esta serie proviene de Carmen Laffón, amiga y en ocasiones consejera de Ignacio. Para él significó todo un descubrimiento conocer la maestría con la que integraba en su trabajo elementos cotidianos, útiles empleados a diario en su casa que por encima de querer alcanzar lo extraordinario, poseen el gran valor de guardar memoria de lo acontecido. Su carácter es espontáneo y muchos de estos fragmentos forman parte de algo que ha ocurrido, un suceso menor que revisado con el suficiente reposo se convierte en una huella indeleble de las cosas que forman, o han formado, parte de nuestras vidas.

Sema D’Acosta

Apertura exposición Ignacio Tovar 1

Apertura exposición Ignacio Tovar 2

Apertura exposición Ignacio Tovar 3

Apertura exposición Ignacio Tovar 4

Apertura exposición Ignacio Tovar 5

Apertura exposición Ignacio Tovar 6

Expo

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