Por Mar Sáez

INAUGURACIÓN DE EXPOSICIÓN A LOS QUE VIAJAN 10 DE ENERO 2020 – 20.30H

Cada día es un viaje, el camino es la vida

Desde hace varios años el viaje se ha convertido en una forma de vida para mí. Una etapa colmada de sentimientos contradictorios. Sentirme de aquí y de allí. Y, casi siempre, sentirme de ninguna parte. Un periodo en el que he construido una memoria compuesta de retratos a sujetos complejos, de miradas perdidas. Desconocidos con los que he compartido tiempos muertos, de espera y de travesía entre ciudades, los momentos en los que uno deja de ser.

En algunos instantes de nuestras conversaciones, las personas con quienes viajaba me revelaron sus vivencias, me hablaron de sus sentimientos e inquietudes. Comprendí entonces que lo que a veces nos parece único, individual y personal, quizá no lo sea. Que compartimos con el otro más experiencias y temores de los que imaginamos. Que habitamos un permanente espacio de incertidumbre. Tras tomar conciencia de esta situación, este trabajo se ha convertido en un pequeño homenaje «a los que viajan» y, sobre todo, «a los que sienten».

Mar Sáez

Fragmentos de un viaje interior

Sobre mi mesa están las fotos de «quienes viajan por carretera», llenas de espacios extraños, fantasmales, pero también de miradas perdidas y cuerpos que esperan. Son imágenes de tiempos muertos: la espera, el espacio vacío, el intersticio, la elipsis, los momentos en los que uno deja de ser; o, mejor, los momentos en que realmente se encuentra con el ser.

Vivimos en una sociedad que ha eliminado los tiempos de espera. Una sociedad en la que todo tiene que suceder ya mismo, sin demora, sin dilación. Es el tiempo hipermoderno, como escribió Lipovetsky, acelerado e incluso desvanecido. Más allá incluso del instante. Porque, al eliminar el tiempo, todo es sucesión continua en la que nada se para, nada se pausa. El mundo se convierte en un continuum acelerado. Han muerto los tiempos muertos, los tiempos de la espera, de la demora, los tiempos en los que, como sugiere Byung-Chul Han, uno se encuentra consigo mismo. Y eso parecen ser los tiempos de estas fotografías. Tiempos expandidos, extendidos, instantes eternos que densifican la experiencia. Miro las fotos y creo que yo también busco esos tiempos muertos. Pienso en las miradas perdidas, en el viaje detenido y me asalta la incertidumbre. Allí, en esos ojos extraviados, el sujeto está consigo mismo, absorto, «ensimismado». Pero al mismo tiempo, en esos momentos, el sujeto también experimenta la pérdida, la sensación de no estar en ningún lugar, de habitar un espacio de indecisión. La sensación de que todo puede ocurrir, que todo puede cambiar para siempre.

Esas miradas me hacen pensar en «instantes de peligro», en momentos decisivos en los que la vida puede tomar otro rumbo y uno puede convertirse en alguien diferente del que es. Mi vida está llena de esos momentos. Observo las fotografías y mi cabeza se llena de recuerdos de esos instantes. Es lo que me sugieren las fotografías, el modo en el que me tocan directamente, el punctum, que diría Roland Barthes, aquello que uno pone en la foto y que lo punza y tambalea por dentro.

Miguel Ángel Hernández

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